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Música y tacto

Música y tacto

Música y tacto

Cuando escribió estas conmovedoras palabras, ¿estaba Tennyson recordando, de forma consciente o inconsciente, las primeras experiencias con su madre? Se ha dicho que la música revela lo que las palabras no pueden nombrar. En la música suele encontrarse una penetrante calidad táctil: se dice que el Liebestod, de Wagner, representa la versión musical de un coito que llega al orgasmo y la posterior calma poscoital. La siesta de un fauno, de Debussy, sugiere el más táctil de los matices sexuales. La música rock, de nombre tan apropiado, fue el primer baile de la historia occidental en que las parejas ya no estaban en contacto constante, sino que permanecían separadas a lo largo de la pieza, bailando al ritmo de una música ensordecedora cuya letra, por lo general dirigida a los padres de los danzantes o a la generación de los mayores, solía rezar: “No entendéis”, “Dónde estabais cuando os necesitaba” y frases similares.

Existen varios tipos de sonido que pueden experimentarse y apreciarse por sus cualidades táctiles; un ejemplo es la voz suave como el terciopelo o como una caricia. La música podría experimentarse de forma similar. En su autobiografía, Sally Carrighar cuenta que, cuando a los 6 años escuchó la interpretación de un distinguido violinista, recibió “el magnífico sonido no sólo con los oídos, sino también a través de la piel de todo el cuerpo”.

La sensibilidad táctil con la que nace el bebé ya ha pasado por un desarrollo preparatorio en el útero. Sabemos que el feto es capaz de responder tanto a la presión como al sonido y que los latidos de su corazón, unos 140 por minuto, y los de su madre, unos 70, le ofrecen algo similar a un mundo sincopado de sonido. Puesto que se sabe que el bebé está bañado en líquido amniótico por el ritmo sinfónico de dos corazones, no es sorprendente que el efecto apaciguador de los sonidos rítmicos se haya vinculado, en la hipótesis de algunos investigadores, con la sensación de bienestar que se supone existe en el útero en relación con el latido materno.

“Todas las madres saben intuitivamente que deben mecer a su bebé para que concilie el sueño, repitiendo así la danza nirvánica [ del feto en el útero]. Las nanas hacen que la memoria del bebé regrese al mundo que acaba de abandonar; el rock and roll hace lo mismo en los niños de más edad, ¡así de simple! El ritmo y los giros nos recuerdan al equilibrio nirvánico. Pero esto no implica que el baile sea tan sólo una reminiscencia regresiva, aunque en muchos de nosotros los ritmos sincopados, la música y el contrapunto a intervalos regulares cause un vivo deseo oceánico y una añoranza de protección materna del mundo feliz en que antes vivimos.”

 

Ashley Montagu, Touching: The Human Significance of The Skin (El tacto: la importancia de la piel en las relaciones humanas), New York: Columbia University Press, 1971

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