Los sentidos de proximidad
Tras cierta reflexión, se hace evidente que el tacto es una nueva dimensión, un descubrimiento, un territorio inexplorado, que guarda numerosos secretos por revelar. Cuando sentimos que la experiencia visual es inadecuada, el tacto proporciona la dimensión ausente y completa la experiencia.
Como ha señalado Ernest Schachtel, los sentidos de distancia, la vista y el oído, alcanzan su máximo desarrollo, tanto filogenética como ontogenéticamente, en un período posterior a los sentidos de proximidad, el tacto, el olfato y el gusto; sin embargo, los sentidos de proximidad se descuidan y se consideran tabú en la civilización occidental. Schachtel añade:
“Tanto el placer como la aversión están más íntimamente unidos con los sentidos de proximidad que con los de distancia. El placer que puede proporcionar un perfume, un sabor o una textura es mucho más corporal, físico y, por consiguiente, más cercano al placer sexual, que el más sublime placer despertado por el sonido y el menos corporal de todos los placeres, lo bello”.
En la vida cotidiana de los animales, los sentidos de proximidad desempeñan una importante función. En el hombre, si no están reprimidos en las relaciones sexuales, constituyen, de todos modos, un tabú en las relaciones interpersonales, “cuanto más tiende una cultura o un grupo a aislar a personas, a poner distancia entre ellas y a evitar las relaciones espontáneas y las expresiones naturales, de tipo animal, de tales relaciones”. Marcuse afirma que la civilización exige la represión de los placeres derivados de los sentidos de proximidad para asegurar la desexualización “del organismo requerido por su utilización social como instrumento de trabajo”. No obstante, queremos sentirnos próximos a los que amamos, alejados de los que nos disgustan. Me sentía muy próxima a él; Guarda la distancia debida.
Ortega y Gasset observa: “Está claro que la forma decisiva de relacionarnos con las cosas. es el tacto. Y, en tal caso, tacto y contacto son necesariamente el factor más concluyente en la determinación de la estructura de nuestro mundo”. Ortega también señala que el tacto se diferencia de los otros sentidos en que siempre implica la presencia, al mismo tiempo e inseparablemente, del cuerpo que tocamos y el cuerpo con el que tocamos. A diferencia de la vista o el oído, con el contacto sentimos las cosas en nuestro interior, en nuestros cuerpos. En el gusto y el olfato, las experiencias están limitadas a las superficies de la cavidad nasal y del paladar. Por tanto, nuestro mundo está compuesto de presencias, de cosas que son cuerpos, y lo son porque entran en contacto con lo que nos es más próximo, con el “yo” que somos, es decir, con nuestro cuerpo.